Ya un poco cansados de masificaciones turísticas, anhelabamos la tranquilidad y la soledad de la fachada atlántica. Entrábamos en la Costa Vicentina. En el Bajo Alentejo.
Para ello tendriamos que girar hacia el norte subiendo el primer puerto serio del viaje, concretamente el de Bensafrim. Dejando hacia nuestra izquierda Sagres y Carrapateira. Así que al pali-pali empezamos a retorcernos bajo el calor y las cuestas de aquel puerto. Se hizo llevadero por aquello de ir charrando entre nosotros, y por ver un tio en pelotas en una especie de cabaña hippie en medio de aquellas tierras un tanto desoladas.
Así que luego de coronar el puerto y bajar a la propia localidad de Bensafrim, y por aquello que a la hora de la siesta a mi me daba la pájara nos metimos la pitanza antes de proseguir.
Y vuelta hacia arriba, esta vez otro puerto con el que no contábamos, suave al principio, pero con tres o cuatro rampas finales realmente duras. Alberto siempre traía el mismo ritmo, pero a mi en cuanto el desnivel crecía me hacía espabilar la modorra anterior y me animába aquel tipo de carretera.
Allí me dí cuenta que después de dos días de pedalear sentado, la cosa debía cambiar.
Cada vez que nos levantábamos del sillín nos desequilibrában las alforjas. No era tan fácil. Pero cuando el desnivel era mucho, lo necesitábamos. Así que a fuerza de improperios y sustos y por necesidad, al final le tomamos el tranquillo.
Como siempre no establecíamos planes y montábamos la tienda a veces basándonos en que el sitio nos molaba como sonaba. Y no nos equivocábamos, por que Zambujeira es uno de los sitios más chulos por los que pasamos y además de poseer un camping realmente de lujo.
Allí llegamos por que la carretera picaba hacia abajo y por que se ponía el sol...como locomotoras.
En el siguiente post hablaré un poco de Zambujeira, que es realmente un sitio ya para nosotros mítico.