Cuando yo le preguntaba que tal por aquel pais, me contaba que muy feo. Que casi ni se podía salir a la calle, y que encima hablaban muy raro.
Precisamente a él, que se pasaba el día de un lado para otro. Viendo tal o cual vaca, en tal o cual prado, hablando con unos y con otros.
Era de una maravillosa simpleza. Entendía solo su entorno. Su universo. Su montaña.
Yo le abrasaba a preguntas. Como podía subir a tal o cual sitio, por que parte podía tener problemas, que nombre tiene aquella peña, aquella vachina, aquel recodo del hayedo...
Tantos recuerdos.
Sabía de animales. De los domésticos como vacas, ovejas y cabras.
Y de los otros. Lobos, raposos, rebecos,corzos y el Oso... ay el Oso!!.
Nunca supe si lo que comentaban habia sido verdad. Si era una leyenda o habladurias.
Tenía media parte del rostro paralizado. Siempre deduje que alguna trombosis podía
haber sido la causa.
Sin embargo todo el mundo contaba que de joven se había quedado dormido contra un árbol.
Cuidando el ganado. Al despertarse se encontró de cara con el Oso. Sobre sus dos patas traseras.
dicen que la impresión le produjo la paralisis facial.
Nunca sabré si fue verdad. Poco importa.
La historia ya forma parte de su vida.
Hablaba ese asturiano occidental, cercano al Pachuezu de Laciana.
A veces decía palabras y expresiones que ni siquiera entendía.
Por el verano disfrutaba de veras. Siempre venía a hablar con Malia por las tardes. Esas tardes de verano en Valle de Lago. Ese sol y esa brisa. Ese olor a hierba.
Cuando yo me pasaba largas temporadas de vacaciones en el Valle. Todos los días me levantaba con el sol y marchaba a la montaña. Por las tardes sabía a la hora que venía y bajaba a casa Malia.
Su café solo y su eterno ducados. Esperaba conversando con Malia. Cuando yo llegába reventado y con las piernas escayadas siempre creí ver un gesto de alegría en su rostro.
Entonces ámbos me preguntaban mi ruta. Lo que había visto. Malia siempre me reñía por salir solo a la montaña. Él sin embargo nunca me hizo un reproche. Toda su vida había estado solo ahí arriba. Se le iluminaba la cara cuando comprobába que sus indicaciones me habian ayudado por los altos. El sabía que nunca podría volver a pisar aquellos sitios jamás.
Sin embargo, siempre le decía que había encontrado colillas suyas en alguna repisa o recodo. Se enorgullecia sin poder disimularlo. Entonces siempre le invitaba a algún cigarro de los mios. En los últimos años el médico se lo tenía ya prohibido. Sus bronquios parecian querer salir por su boca cada vez que tosía. Aún así era su pequeño placer. Y todo para al final irse por causa de una parada cardiaca. Que ironía.
Hoy me he acordado de Vando otra vez. Algunas veces le echo de menos al atardecer de Somiedo. A él y a Malia.
Vando. Un buen hombre.
1 comentario:
Conmovedor... No sé si me emociona más las cualidades de tu amigo por "comprender" sus montañas o la calidad con la que nos lo trasmites... lástima que escaseen las buenas gentes...
Saludos
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