Cadaqués

Siempre había deseado ir a Cadaqués. Este pueblín de la Costa Brava en el Cap de Creus y muy cerca ya del límite con Francia se había metido en mi cabeza desde hacía tiempo.
Sin embargo, la vida da muchas vueltas y no se para.
Además sabía desde siempre y como una pulsión, que sería en invierno, y en compañia de alguien especial.
Así pues el día de Año Nuevo, nos subimos desde Barcelona.
Sensación extraña y reconfortante. Es como lo imaginé.

Decir ante todo que es una tirada en coche. Llegar a él no es fácil.

La carretera hasta hace no muchos años no existia. Tenían más contacto por mar con gente mallorquina que con los alrededores. De ahí que su forma de hablar tenga muchos giros del mallorquín que del catalán.

Mantiene un aire enigmático. Casas blanquísimas y apretujadas. Callejuelas empinadas y evocadoras. Rincones mágicos.

Soy un tío del Cantábrico, donde el Mar nunca da tregua. Sin embargo Cadaqués es bellísimo.

Aquí se refugió muchos veranos Dalí, y se entiende. Es un sitio que inspira. Tiene un aire libertario e independiente como muchos sitios ibicencos. Pasear por sus callejuelas es descubrir

de todo. Gente que diseña su propia ropa y la vende en pequeños talleres tradicionales. Pequeñas tiendas donde los artistas venden su arte..pinturas,cerámicas...

Restaurantes de ensueño, como el Gato Azul...arroces,pescados...

Aunque no lo supiera fijo, intuía que Cadaqués era así.

Como en nuestro mar, aquí cuando le da por soplar..más te vale ponerte en guardia.

El Nordés y sobre todo la Tramuntana te dejan pajarín...aunque vaciles de ser del norte.

Los atardeceres y la luz que se refleja en sus casinas es especial.

La mayoría de la gente agradeceria que fuera verano y poder tirarse en cualquiera de sus

calas, y pasar un día retozón.

Pero en esta época tiene un encanto especial.

En fín.

Cadaqués.